Calor, espesa humedad, tedioso insomnio.
La ciudad dormita, el agitado bullicio diurno descansa y la sosegada calma nocturna se abre paso,
inunda el ambiente, relaja el alma.
Sudor, cansancio, profundo aburrimiento.
Desde el bacón a través de algunos edificios se divisa el mar, solo un trocito, en silente calma,
como esperando.
Flotan aromas en el aire, huele a hierba, a pan recién hecho, el césped de un colegio cercano recibe el agua de los aspersores, el horno de la esquina comienza su turno de trabajo, también huele a basura, los residuos ciudadanos fermentan en los contenedores.
Mosquitos, picotazos, histeria rascadora, huele a repelente de insectos.
Sobre el horizonte brillan relámpagos, se acerca alguna tormenta estival, viene del nor-oeste, ya se oyen los truenos, lejanos, ahora huele a agua, respiro hondo, me gusta.
Mantengo el humo un instante en mi boca, lo exhalo y pego otra calada, lenta, profunda, algunas gotas comienzan a enturbiar las aceras, un gato corre debajo de un coche, algunas ventanas se cierran, la lluvia arrecia.
Me llega el sueño, repaso el día, las cosas importantes y las que no, las luces de las viviendas desaparecen lentamente, pienso en irme a dormir.
La ciudad duerme, la lluvia cae, el mar se agita.
Mañana como todos los días habrá pan, el gato de antes maúlla, se refresca el aire, ahora para de llover y yo bostezo, me voy a dormir
Hasta mañana.
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